Es de noche. Demasiado tarde para
ser Viernes. Hoy, es una noche
cualquiera, no empieza con planes improvisados, ni con llamadas de última hora que te hacen resurgir
de tu absurdo aburrimiento. Las vistas singuen igual desde la ventana del cuarto,
el mismo parque, los mismos árboles, el mismo frío y hasta la misma Luna me
mira con las mismas ganas de siempre. No sé cómo ni por qué, hoy me llama la
atención ese hotel llamado Soledad, colocado delante de mi edificio, guardando
miles de secretos, robando miles de corazones y quién sabe si quizá, rompiendo
otros cuantos. Me parece irónico su
nombre cuando diviso en su puerta una mujer sentada en ese frío suelo,
iluminada por la luz de la farola que hay delante de ella y la poca luz que se
escapa del hotel escondido a su espalda.
Me cala tanto su presencia que no
puedo dejar de mirarla, sus ojos entrecerrados, cansados, me dicen que su
corazón llora. Sus labios blancos, su cara pálida me dicen que se está hundiendo lentamente. Su pelo negro le hace la competencia a la noche que la
envuelve. Las facciones de su cara son distinguidas, misteriosas…Cuantos besos
sin nombre habrá dado, cuantas caricias con prisa habrá recibido...
Está sentada,
con las piernas entrecruzadas como si de un lazo se tratara, sus manos están
escondidas bajo una manta con más vida que la de las personas que la miran al
pasar delante de ella. Como cama tiene
cuatro cartones mal colocados y un cojín tan sucio como sus manos. Viste un jersey
azul mar con pinta de haber guardado el frio de otros cuerpos. La miro, la miro y no dejo de pensar en la
vida, en su vida. ¿ Cuantas veces le
habrán robado el mes de Abril, cuantas veces le habrá jurado a la Luna que no volvería
a perder la cabeza por un hombre? ¿Cuántas
veces le habrán descolocado el presente, pensando en un futuro incierto? Que
fué de su vida, de sus sueños, sus ilusiones... ahora perdidos en un pasado
irrecuperable. De repente empieza a llover, las gotas golpean con rabia los cristales
de mi habitación, como si el cielo, nuestro cielo, hiciese eco a la tristeza
que transmite, con rabia, descontrolada. No puedo remediarlo y empiezo a llorar
al compás de la lluvia, pienso en ella, en su soledad. Como és el destino, que
sin buscarlo ni quererlo coloca su vida en la esquina del hotel con el mismo
nombre que su sentimiento.
Me gustaría tener el valor para
bajar hasta ella, sentarme a su lado y hacerle la compañía que le falta,
resguardarle de este frío que te cala los huesos, de este in(f)vierno que no
tiene ganas de marcharse… Decirle que no se preocupe, que todo saldrá bien, pero
no la tengo, no la encuentro y me quedo aquí, sentada en el regazo de mi cama y
dejo de verla, dejo de sentirla cuando de repente cierra los ojos, soñando
quien sabe, si una vida mejor.
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De mi, para tí