viernes, 20 de febrero de 2015

Quién sabe.

Es de noche. Demasiado tarde para ser Viernes.  Hoy, es una noche cualquiera, no empieza con planes improvisados,  ni con llamadas de última hora que te hacen resurgir de tu absurdo aburrimiento. Las vistas singuen igual desde la ventana del cuarto, el mismo parque, los mismos árboles, el mismo frío y hasta la misma Luna me mira con las mismas ganas de siempre. No sé cómo ni por qué, hoy me llama la atención ese hotel llamado Soledad, colocado delante de mi edificio, guardando miles de secretos, robando miles de corazones y quién sabe si quizá, rompiendo otros cuantos.  Me parece irónico su nombre cuando diviso en su puerta una mujer sentada en ese frío suelo, iluminada por la luz de la farola que hay delante de ella y la poca luz que se escapa del hotel escondido  a su espalda.
Me cala tanto su presencia que no puedo dejar de mirarla, sus ojos entrecerrados, cansados, me dicen que su corazón llora. Sus labios blancos, su cara pálida me dicen que  se está hundiendo lentamente. Su pelo negro le  hace la competencia a la noche que la envuelve. Las facciones de su cara son distinguidas, misteriosas…Cuantos besos sin nombre habrá dado, cuantas caricias con prisa habrá recibido...
Está sentada, con las piernas entrecruzadas como si de un lazo se tratara, sus manos están escondidas bajo una manta con más vida que la de las personas que la miran al pasar delante de ella.  Como cama tiene cuatro cartones mal colocados y un cojín tan sucio como sus manos. Viste un jersey azul mar con pinta de haber guardado el frio de otros cuerpos.  La miro, la miro y no dejo de pensar en la vida, en su vida. ¿  Cuantas veces le habrán robado el mes de Abril, cuantas veces le habrá jurado a la Luna que no volvería a perder la cabeza por un hombre?  ¿Cuántas veces le habrán descolocado el presente, pensando en un futuro incierto? Que fué de su vida, de sus sueños, sus ilusiones... ahora perdidos en un pasado irrecuperable. De repente empieza a llover, las gotas golpean con rabia los cristales de mi habitación, como si el cielo, nuestro cielo, hiciese eco a la tristeza que transmite, con rabia, descontrolada. No puedo remediarlo y empiezo a llorar al compás de la lluvia, pienso en ella, en su soledad. Como és el destino, que sin buscarlo ni quererlo coloca su vida en la esquina del hotel con el mismo nombre que su sentimiento.
Me gustaría tener el valor para bajar hasta ella, sentarme a su lado y hacerle la compañía que le falta, resguardarle de este frío que te cala los huesos, de este in(f)vierno que no tiene ganas de marcharse… Decirle que no se preocupe, que todo saldrá bien, pero no la tengo, no la encuentro y me quedo aquí, sentada en el regazo de mi cama y dejo de verla, dejo de sentirla cuando de repente cierra los ojos, soñando quien sabe, si una vida mejor.


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