¿Por qué tardas tanto en llegar? Llevo esperándote medio año y la cabeza empieza a dolerme de tanta
espera. Echo de menos tu alegría, la alteración que provocas en mi sangre...Tú
que haces que mis días se alarguen y que la noche tarde en venir, si de ti, he
de vivir el día. Tú que inundas de color toda la vida, mi vida, con el color de
la esperanza, con mi color, nuestro color. ¿Será esta mierda de tiempo que
hace? No sé.Lo que sé es que este invierno me está secando por dentro y mientras te
espero, noto que me consumo, poco a poco, lentamente. Me aburre la monotonía de
los días, sus cielos grises, sus coches con destino programado...Me aburre la
ciudad, mi ciudad, los mismos despertares, las mismas bienvenidas, las mismas
despedidas… El Sol que lucha incesante por dejarse ver, por dejarse admirar
intentando abundar cada mísero y recóndito rincón. Salgo a la calle, miro a mi
derecha, a mi izquierda y la gente camina a paso acelerado, viviendo rápido
para no pensar. Y me miran… pero no me ven. Me carcome esta lucha de miradas en
las que yo, sin querer, pero queriendo, clavo en cada persona, como pequeñas
agujas buscando que me entiendan, buscando una explicación de los por qués que
se me escapan… Hace tiempo que los días se me arrugan y acumulo las cenizas
donde antes había aire. Este mundo, mi mundo, me atrapa en un círculo vicioso
del que no encuentro la salida. Dicen las malas lenguas que es imposible echar
de menos algo que nunca has tenido, pero se equivocan, porque yo, lo hago
constantemente y si no que se lo digan a mi herida, que acariciándola, hace que
los días en el calendario desaparezcan sin ser recordados. Mientras, con el
humo de mi cigarro a medio consumir, seguiré esperando una sonrisa de repente
en un bar y algún que otro beso de esos que nadie recomienda… Empecé
escribiendo a la estación de las flores, pero mi cabeza da vueltas
persiguiéndote y este es otro por qué que se me escapa.
lunes, 23 de febrero de 2015
viernes, 20 de febrero de 2015
Quién sabe.
Es de noche. Demasiado tarde para
ser Viernes. Hoy, es una noche
cualquiera, no empieza con planes improvisados, ni con llamadas de última hora que te hacen resurgir
de tu absurdo aburrimiento. Las vistas singuen igual desde la ventana del cuarto,
el mismo parque, los mismos árboles, el mismo frío y hasta la misma Luna me
mira con las mismas ganas de siempre. No sé cómo ni por qué, hoy me llama la
atención ese hotel llamado Soledad, colocado delante de mi edificio, guardando
miles de secretos, robando miles de corazones y quién sabe si quizá, rompiendo
otros cuantos. Me parece irónico su
nombre cuando diviso en su puerta una mujer sentada en ese frío suelo,
iluminada por la luz de la farola que hay delante de ella y la poca luz que se
escapa del hotel escondido a su espalda.
Me cala tanto su presencia que no
puedo dejar de mirarla, sus ojos entrecerrados, cansados, me dicen que su
corazón llora. Sus labios blancos, su cara pálida me dicen que se está hundiendo lentamente. Su pelo negro le hace la competencia a la noche que la
envuelve. Las facciones de su cara son distinguidas, misteriosas…Cuantos besos
sin nombre habrá dado, cuantas caricias con prisa habrá recibido...
Está sentada,
con las piernas entrecruzadas como si de un lazo se tratara, sus manos están
escondidas bajo una manta con más vida que la de las personas que la miran al
pasar delante de ella. Como cama tiene
cuatro cartones mal colocados y un cojín tan sucio como sus manos. Viste un jersey
azul mar con pinta de haber guardado el frio de otros cuerpos. La miro, la miro y no dejo de pensar en la
vida, en su vida. ¿ Cuantas veces le
habrán robado el mes de Abril, cuantas veces le habrá jurado a la Luna que no volvería
a perder la cabeza por un hombre? ¿Cuántas
veces le habrán descolocado el presente, pensando en un futuro incierto? Que
fué de su vida, de sus sueños, sus ilusiones... ahora perdidos en un pasado
irrecuperable. De repente empieza a llover, las gotas golpean con rabia los cristales
de mi habitación, como si el cielo, nuestro cielo, hiciese eco a la tristeza
que transmite, con rabia, descontrolada. No puedo remediarlo y empiezo a llorar
al compás de la lluvia, pienso en ella, en su soledad. Como és el destino, que
sin buscarlo ni quererlo coloca su vida en la esquina del hotel con el mismo
nombre que su sentimiento.
Me gustaría tener el valor para
bajar hasta ella, sentarme a su lado y hacerle la compañía que le falta,
resguardarle de este frío que te cala los huesos, de este in(f)vierno que no
tiene ganas de marcharse… Decirle que no se preocupe, que todo saldrá bien, pero
no la tengo, no la encuentro y me quedo aquí, sentada en el regazo de mi cama y
dejo de verla, dejo de sentirla cuando de repente cierra los ojos, soñando
quien sabe, si una vida mejor.
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